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LA PIEL

 

 

 

 

 

 

 

La última secuencia de la película de Liliana Cavani y de la novela escrita por Curzio Malaparte, muestra la llegada de las tropas norteamericanas a Roma. Mientras avanza la caravana, liderada por el general Mark Clark, el personaje interpretado por Burt Lancaster, numerosos vecinos dan la bienvenida a los soldados libertadores arrojando flores y agitando con entusiasmo banderitas de los Estados Unidos. Uno de estos individuos anónimos se coloca delante de uno de los pesados tanques y a continuación es atropellado. El carro de combate literalmente pasa por encima del desdichado y lo revienta. La improvisada fiesta de bienvenida se interrumpe y el convoy forastero para. Mientras diferentes personajes observan el trágico accidente, envueltos en caos y llantos, la cineasta impone al espectador la desagradable imagen del cadáver mutilado. Seguidamente, vemos un plano del personaje de Mastroianni, el propio Malaparte, tratando de contener el asco y la ira. Los pisoteados restos sanguinolentos del desconocido simbolizan perfectamente a la propia Italia de 1943. Este plano supone un impecable y terrible resumen del relato expuesto en la película. La Italia de la liberación es un espacio corrupto completamente desintegrado. Cavani vuelve con La piel a las fotografías de la Segunda Guerra Mundial después del mediometraje La donna nella Resistenza o Portero de noche. Al igual que en las imágenes del pasado representadas en el campo de concentración por Bogarde y Rampling, una extraña atmósfera malsana e irreal cubre muchas de las secuencias de la película. La conexión se hace evidente sobre todo en el alucinado momento de la erupción del Vesubio. El Nápoles roto radiografiado hasta entonces, el marco central de la obra, muta y crea en los fotogramas una especie de curioso clon del infierno de Dante. Entonces el film explosiona y libera la auténtica y macabra cara de un pueblo deshecho. La cineasta cambia también su escritura y organiza una breve performance del horror. En realidad, La piel es un dramático recorrido por las monstruosidades producidas por la guerra. Malaparte asume, paciente, el rol de guía de los hipócritas visitantes bárbaros y el de árbitro del ejército norteamericano y un mafioso local en la negociación por el intercambio de prisioneros alemanes. En la Nápoles liberada la vida de un ser humano no vale nada. El malhechor calcula el valor de los presos a partir de su peso, son solo cosas, y un padre prostituye a su hija virgen. Cavani sigue con su cámara al escritor en el tour y explica los resultados de las distintas paradas. Seguramente hay un punto de no retorno en el viaje: la visita a los bajos fondos con la aviadora Deborah Wyatt. En la exploración Malaparte y la mujer son testigos de la venta de unos niños a unos lujuriosos soldados marroquíes. Cuando, profundamente conmocionada por la imagen, la norteamericana insulta a unos sujetos que entregan a cambio de una miseria a sus hijos como juguetes sexuales, el capitán Mastroianni responde que en manos de los degenerados al menos tienen una posibilidad de sobrevivir, sus familiares no se los comerán. El tétrico descubrimiento en un restaurante, en un plato, de los huesos de una mano humana certifican las palabras. En la Italia liberada un individuo solo puede tratar de comer o ser comido.

 

 

Permanece en mi cabeza este film, junto a los recuerdos que me contaban sobre la Guerra Civil Española, imaginaba que la italiana sería parecida, pero tras ver esta película mi visión del mundo y de la gente ha cambiado para siempre... Tenéis que verla. Simplemente es el show de lo más rocambolesco, que ha pasado, está pasando y pasará a muchas personas del mundo, hecho por y para nosotros: la humanidad.


 

El dolor va in crescendo cuanto más avanza la película, si eres muy sensible sabrás cuándo es el momento de poner pausa. Obra maestra....Liliana Cavani, es una directora polémica y desmitificadota; le encanta destrozar paradigmas y modelos aceptados por la gente… y con, <<LA PIEL>>, lo ha logrado. Libremente inspirada en la novela de Curzio Malaparte, la película describe un episodio de gran trascendencia como fue la llegada del ejército americano a Nápoles, Italia, en 1943. Primera ciudad sustraída del infierno nazi... para caer en el purgatorio gringo. Una sutil descripción de los militares americanos, vista a través de la mirada escudriñadora del mismo Malaparte, da inicio a la narración; y así conocemos al General Cork, pura amabilidad… ante las cámaras. Jimmy Wren, idealista y pasional… pero comprador de “favores” como muchos de sus compatriotas. El sargento racista, incapaz de aceptar un consejo que provenga de un italiano; y la aviadora, Wyatt, partícipe de una guerra que no está muy segura de comprender. En imágenes sin tapujos, un reflejo del “american way of life”, demarcado hasta en los peores momentos del enfrentamiento bélico. Malaparte, conserva una visión amable de los Estados Unidos de Norteamérica... pero, de repente, esta visión comienza a empañarse por alguna circunstancia: Está viendo a las mujeres de su patria prostituirse por cualquier moneda ante la urgencia de sobrevivir. Ha visto a las madres, desesperadas por el hambre, alquilar a sus varones para infames pedofilias. Ante sus ojos, seres humanos inocentes, han sido despedazados por las bombas asesinas… y, en este caos de miseria y degradación, el ejército libertador luce empeñado en mantener su nivel de vida, burgués y privilegiado. La Cavani recrea la guerra sin omitir detalles, sin melindres ni pudor alguno. Las cosas como son, la realidad tal cual. Las imágenes resultan hiperrealistas, y uno siente que está haciendo parte –por fortuna, sólo de manera virtual– de aquel escenario física y emocionalmente cruento. Las escenas de comedor son rotundas y rememoran esa joya de Buñuel titulada, “El Discreto Encanto de la Burguesía”. Malaparte hace de las suyas y logra que los americanos sientan, simbólicamente, las crueldades de la guerra; y la directora italiana se solaza con su manera escueta de narrar. Quiere sacarse una espina que traía clavada desde hacía rato.

 

 

 

Disfrutar de la exquisitez y del exceso cuando a nuestro alrededor pululan el hambre y la miseria, hace inevitable que nos atragantemos en algún momento. Por más que nos esforcemos por acallar la conciencia, esta sigue ahí, indeclinable, recordándonos que el otro también cuenta. <<LA PIEL>>, es una franca y potente denuncia del desarraigo y la crueldad que brotaron con el fascismo; es un espejo incuestionable sobre la brutalidad de toda guerra... y es también, una recreación certera y fidedigna, de ciertas cosas lamentables que, el ejército libertador, asumió en aquel momento histórico. Las imágenes finales son rotundas y cierran, con maestría e impacto este inolvidable filme. La Cavani ha contado, por fin, la verdadera historia. Duro y realista documento sobre el impacto de la II Guerra Mundial en Nápoles. Cavani destila la obra de Malaparte y nos presenta como protagonista principal la propia ciudad y su particular idiosincrasia. Demoledora y didáctica, magnífica cinta. En un escalofriante realismo la Cavani nos muestra la suerte de los italianos con la llegada de los salvadores en su primera incursión grande en la II Guerra Mundial. Los civiles han expulsado a los alemanes y llegó la tropa norteamericana a recoger la corona del triunfo. Pero, en gran enseñanza para los que, aun en la segunda década del siglo XXI, llaman a los marines a resolver los entuertos nacionales, los salvadores terminan con todo. Son imágenes algo subidas de tono ocasionalmente las que invitan al espectador a reflexionar sobre todo lo que hay inscrito: la acogida del fascismo (hasta Churchill se declaró a su favor en el ascenso en los años veinte), la ceguera a que condujo a Italia al punto de meterse en tremenda guerra y de remate, llegó, aunque tarde, la caballería, como en los mejores tiempos del viejo oeste. Pero los pulcros muchachos al mando del bonachón general parecian la peste. Película de gran actualidad a pesar del tiempo.

 

 

En tiempos de guerra todo vale, es una película en la que no queda nadie bien de la invasión americana en Italia, al final de la II guerra mundial, para liberar a los italianos tanto de los alemanes que la habían ocupado (paradojas de la política, tras el abrazo de Hitler y Mussolini), como de los fascistas que ya estaban derrotados. Marcello Mastroiani representa al propio autor de la novela "La piel", de Curzio Malaparte, en su papel de oficial de enlace con el ejército yanki; y lo borda, porque nadie más apropiado para figurar como prototipo del italiano culto, de buena figura y talento burlón. Más extraño es que Burt Lancaster se ofreciera para hacer de general americano, más bien tosco e ignorante, que es como veía Malaparte a la mayoría de aquellos militares, y no como presuntos salvadores de la desangrada Europa. Liliana Cavani aprovecha a tope las posibilidades que ofrece la guerra para rodar escenas impactantes y escalofriantes. Toda una exageración, auque la película es buena y aún se deja ver, pese a los años transcurridos.

 

 

 

Curzio Malaparte fue un reputado escritor italiano que colaboró activamente en la participación de su país en la I Guerra Mundial. Incluso fue testigo de la Marcha sobre Roma y de Mussolini no dejó de loarle en alabanzas. Unos años después justificó haber simpatizado con el partido fascista con una elocuente frase a los aliados mientras colaboraba con ellos en la reconstrucción de Italia después de la II Guerra; "Winston Churchill dijo que si fuera italiano se habría inscrito en los Fascios y yo, señores, soy italiano". Así es Malaparte, honesto, recio pero alegre y realista dispuesto a reconstruir un país soñado pero carbonizado por los que se creían dioses de un sueño irrealizable. En el film no hay más que miseria y los orgullosos americanos reacios a entender esa situación de posguerra y estraperlo que azotó la península italiana. En concreto Nápoles y Capri. La siempre polémica Liliana Cavani mete el dedo en la llaga donde el canibalismo, la decadencia de la rancia burguesía que antaño flirteaba con la maquinaria de poder y de guerra se ha desgastado y mezclado en la podredumbre y la hambruna de familias. Hay escenas memorables en esta película algo subidas de tono. La Historia se puede demostrar en el día después de una guerra, pero hay carne para un solo plato fuerte.

 

 

 

Esta película narra de forma cómo Nápoles se libera del yugo fascista y pasa al yugo del ejército aliado en general. El filme, pues, es una revancha del autor y de la directora frente a las arbitrariedades de los victoriosos, es especial por su incapacidad de comprender (los dolores y los padecimientos de los que vivieron) la guerra. En este sentido, la ironía es el medio mediante el cual la directora desea que los vencedores se den cuenta que su incomprensión de lo que sucede, que su conmiseración (que esconde relaciones de dominación y racismo) y que su deseo de mantener la calidad de vida burguesa imposible de sostener en una ciudad destruida, terminan por imponer un nuevo yugo a la población civil, diferente eso sí al fascista, pero yugo al fin y al cabo. En este sentido, esta película permite muy buenas reflexiones sobre la guerra, en especial que ésta desata lo peor que hay en las personas que la viven pero que a su vez se vuelve incomprensible para quien desde afuera la ve o cae en ella como en un paracaídas (aquí entra perfectamente la metáfora de la coronela que viene en avión desde USA a cuestionar todo lo que ve). El filme logra impresionar al público en tanto confronta sus miradas maniqueas que nos promocionan todos los días, aquellas de creer que el mundo es blanco y negro y que el enemigo es el otro, justo por eso, por ser otro. Finalizo señalando que la película corresponde con los patrones estéticos dominantes en el cine italiano de los 70, lo que la hace ahora atractiva para el espectador contemporáneo, pero que aun así es bueno tenerlo presente para entender que el cine no es un discurso estático sino que éste se mueve a la vez que los gustos del público. La recomiendo con creces.

 

 

El filme, es una revancha del autor y de la directora frente a las arbitrariedades de los victoriosos, es especial por su incapacidad de comprender la guerra. En este sentido, la ironía es el medio mediante el cual la directora desea que los vencedores se den cuenta que su incomprensión de lo que sucede, que su conmiseración  y que su deseo de mantener la calidad de vida burguesa imposible de sostener en una ciudad destruida, terminan por imponer un nuevo yugo a la población civil, diferente eso sí al fascista, pero yugo al fin y al cabo.

 

 

 

La piel es la mejor película de la Cavani, una autora no demasiado prestigiosa por su tendencia al morbo, al tiempo que a una puesta en escena escueta. Sin embargo, esto último es de lo más logrado aquí, donde las calles de la decadente Nápoles y el caos tras la ocupación aliada son expuestas con maestría. Durísima, morbo y sordidez, pero refleja muy bien lo que dejan tras de sí las guerras, sobre todo las desencadenadas en Europa, en concreto en Italia, donde el propio autor de la novela deja explícitamente al descubierto: violencia, pasiones, fanatismo, nacionalismo, ambición... lo que llevó al Fascismo. Muy influida por Pasolini y por el último Fellini en escenas puntuales. La siempre polémica directora opta en esta ocasión por poner en imágenes una novela autobiográfica… un díptico sobre sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial. Cavani sintetizó en una entrevista el argumento de su película como el encuentro entre dos mundos muy diferentes: «De un lado los americanos, ricos, con divisas y zapatos relucientes…del otro, una ciudad en la que hacía tres años que no se comía. La película, subraya la ingenuidad y la brutalidad, a veces inconsciente, de los ocupantes norteamericanos, y la degradación moral en que la miseria sumió a Nápoles, que aparece en la película como una moderna Babilonia donde tiene su asiento toda depravación imaginable.* «La piel» saca a a la luz los aspectos negativos de la invasión aliada de Italia, rehuyendo las simplificaciones morales tan frecuentes en el cine sobre la contienda mundial y mostrando las debilidades de los buenos en lugar de reiterar una vez más las atrocidades cometidas por los alemanes. El personaje principal, un fascista arrepentido que funge de capitán del nuevo ejército italiano y de factótum del general Cork, ingenuo comandante del ejército aliado interpretado certeramente por Burt Lancaster... Claudia Cardinale aparece brevemente como la princesa Consuelo Caracciolo, aristocrática y sofisticada amante del protagonista.
 

 

La voluntad de desmitificar la historia oficial, huyendo de versiones más reconfortantes sobre los mismos hechos, es a mi modo de ver el principal valor de la película, heredado del libro de Malaparte. Sin embargo, y aunque el filme posee una innegable carga de verdad, la autora potencia principalmente lo escabroso, convirtiendo su obra en una exhibición destinadas a provocar el asco del espectador. Logrado el objetivo de mostrar cómo la guerra saca lo peor del ser humano, sólo la complacencia en lo morboso explica ciertas secuencias. Aunque la película resulta interesante. Aporta una mirada diferente y transgresora que no cabe echar al olvido. Desde el canibalismo, hasta la prostitución infantil. Como aquella en la que se sirve a los comensales de un banquete renacentista una «sirena», un extraño pez de forma humana; una escena de ambigüedad calculada para provocar el malestar del público. O como la secuencia final, digna de un film que resulta elocuente para sintetizar la idea principal, dejándonos asimilar que se trata de una obra de consulta, de culto y a unas décimas de considérala:

 

 OBRA MAESTRA.

 


 

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